El ejercicio es una de las herramientas principales que tenemos los Fisioterapeutas para realizar nuestras intervenciones en los pacientes con el objetivo de disminuir su dolor, incrementar su actividad física, mejorar su fuerza y restablecer el movimiento “normal” o, mejor dicho, sin maladaptaciones. Numerosos estudios nos han mostrado los beneficios del ejercicio en diversas condiciones como el dolor lumbar crónico, el dolor cervical, la tendinopatía, la osteoartritis, la artritis reumatoide, la fibromialgia o el dolor neuropático entre otros. Sin embargo, a pesar de la fuerte evidencia sobre los beneficios del ejercicio existe una carencia de datos y recomendaciones en relación a la frecuencia, duración e intensidad adecuada de éstos dentro de un programa de rehabilitación.

En mi opinión, establecer una dosis de ejercicio estandarizada me parece una utopía por el simple hecho de que cada paciente tiene unas condiciones y características únicas donde el fisioterapeuta deberá, gracias a sus destrezas clínicas, adaptar la dosis adecuada en base a la respuesta en cada caso. La investigación podrá estandarizar lo que quiera en la muestra (heterogénea) que quiera para mostrar con mayor fiabilidad sus resultados pero, tal como decía Geoff Maitland, «el fisioterapeuta deberá conocer qué, cuándo y cómo aplicar su herramienta terapéutica, y adaptarla a su paciente individual». Esta es nuestra realidad, una realidad donde una multitud de variables entran en juego para afrontar cada caso concreto. De momento, debemos seguir el camino que nos marca la ciencia pero poder justificar cada decisión clínica en base a un razonamiento sobre parámetros base e hipótesis plausibles…también es hacer ciencia pensando más allá del “3 x 10”. Por esto mismo hay que ser metódicos con nuestros pacientes. Medir la cantidad y calidad del movimiento con pruebas lo más objetivas posible (según la ciencia) además de los síntomas descritos subjetivamente por el paciente. Debemos poder cuantificar esto para poder revalorar resultados en nuestros parámetros de base y poder decidir seguir por un camino terapéutico o, por el contrario, hacer las modificaciones pertinentes en la correcta ejecución del ejercicio o en la dosis de carga.

Para poder realizar una precisa prescripción de ejercicio se hace necesario un análisis exhaustivo de los requerimientos funcionales de cada paciente durante su trabajo, deporte o actividad física diaria para guiar nuestra exploración física, definir la metodología de intervención, los ejercicios específicos a realizar y la dosis adecuada de estos (volumen, intensidad, progresión…). Para todo esto debemos considerar diferentes parámetros a tener cuenta para poder objetivar nuestros resultados. Por desgracia existe poca fiabilidad en relación a las pruebas que cuantifican la calidad del movimiento como pueden ser un single leg squat, la rotación pélvica durante la flexión de cadera o el timing y la amplitud de movimiento en la columna lumbar respecto a la cadera descritos por Sahrmann. Sin embargo, reconocer movimientos aberrantes a través de nuestras pruebas de movimiento y/o control motor (ver este artículo) nos puede aportar información relevante para guiar la prescripción del ejercicio indicado en base a la subclasificación del movimiento y a nuestros parámetros en la medición de fuerza muscular, el área transversal de la musculatura valorada (el que tenga la suerte de disponer de un ecógrafo), el timing de movimiento intersegmentario, los rangos articulares, el esfuerzo percibido ante un ejercicio o actividad, la aparición de fallo o fatiga muscular, etc, etc…

Seguiremos hablando de cómo dosificar la carga atendiendo a todos estos parámetros…

Jesús Rubio

Fisioterapeuta

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